sábado, 31 de mayo de 2014

Ciclo Zagajewski



Cambio

Hace meses que no escribo
ni un solo poema.
Vivía humildemente leyendo los periódicos,
pensando en el enigma del poder
y en las causas de la obediencia.
Contemplaba puestas de sol
(escarlatas, muy inquietantes),
sentía cómo callaban los pájaros
y cómo la noche iba enmudeciendo.
Veía girasoles que agachaban
la cabeza del ocaso, como si un desatento
verdugo paseara por los jardines.
En el alféizar se iba acumulando
el polvo dulce de septiembre
mientras las lagartijas se escondían
en los salientes de los muros.
Salía a dar largos paseos,
y deseaba tan sólo una cosa:
relámpagos,
cambios,
a ti.


Adam Zagajewski
(Lviv, 1945)  

miércoles, 14 de mayo de 2014

Ciclo Zagajewski



Circo

Mira: tu deseo cuelga del trapecio.
También eres tú el payaso, y el tigre domado
que pide clemencia te recuerda a alguien.
Hasta te gusta la música
barata de feria, parece
que empiezas a conciliarte
con tu época (si lo hacen todos,
¿por qué yo no? dices).
Pero ¿por qué han instalado la carpa
del circo en el antiguo cementerio?




Adam Zagajewski
(Lviv, 1945)

domingo, 11 de mayo de 2014

De la casa



Gorra nueva
(Poema pasajero)

Era insostenible.
Mi gorra vieja estaba
a dos soplidos de dios
para desvanecerse por completo.
La visera rota me hacía recordar
los viajes por Colima y por Tijuana.
La parte rota de adelante
parecía una alcancía
que guardaba mis ideas.
La parte rota de atrás
es por donde saqueaba dichas ideas.

Amigos varios intentaron
regalarme una gorra nueva
por amistad, por lástima
por ajena vergüenza,
y yo en verdad les agradezco.
Pero paseando por algún mercado
encontré una gorra similar
y blanca (la vieja era negra
y nunca me he llevado bien
con lo pulcro),
así que decidí teñirla, volver
al negro que nunca me abandona.

Hoy comienzo a usar la gorra nueva
pero es inevitable la nostalgia,
no por mera cursilería
ni por los años que han pasado. 
sólo es que la nueva gorra
me queda chica y es gracioso
como todo se vuelve contra uno.

viernes, 9 de mayo de 2014

Ciclo Watanabe



El pan


Perdonen que lo diga sin pudor,
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
                                 de hambrunas.
Las carencias
nos llevaban a todos a una especia de inocencia,
                                   a un vivir
en el centro puro de nosotros mismos.
Así es cuando ya no queda nada, salvo
la postura orgullosa de mi madre
                           que dormía como saciada.

Cada cierto tiempo pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
                             prometedor, pero cruel.
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
              ni hizo el milagro de una simple lechuga.

Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios
                                        o su demonio.
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
               Se quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa
            con una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos,
nos moriremos de hambre, dijo mi madre
                                    en Reyes 17:12.



José Watanabe
(Perú, 1945 – 2007)

miércoles, 7 de mayo de 2014

Ciclo Watanabe



Sala de disección

Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes admirablemente
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano mítico en un frasco lleno de formol.

Yo me dediqué a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el
muerto.
Sorpresivamente
una burbuja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciaría.
No había boca.
La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.


José Watanabe
(Perú, 1945 – 2007)