viernes, 23 de diciembre de 2016

Dos poemas de Ben Lerner



De Las figuras de Lichtenberg

Debemos retirar nuestras ofrendas, aunque ardan y echen humo.
Debemos recordar nuestros versitos como llantas ponchadas.
Debemos desollar al curatoriado, invertir nuestros hábitos de penitencia

Y entrar en la Academia en fila india.

Aún  no ha aparecido la poesía.
La imagen no es un sustituto. La imagen es como una anéctodta
en boca de un bebé que nació muerto. Y ni la reflexión,
con su infinito espurio, ni tampoco la religión, con su octava arte de hongos,
puede causar orgasmo tras orgasmo como la poesía. Como política,
en general nos disculpamos. Pero con disculparse no se logra nada.
Debemos exigirles que se quiten los zapatos, los anteojos, los dientes.
Debemos exigirles que lloren sin tapujos.

Si pudiera servirles de consuelo, nos gustan los primero libros de Ashbery.
Si puediera servirles de consuelo, no van a sentir nada.

*

El establishment poético ha cooptado la contradicción,
y el establishment poético no ha cooptado la contradicción.
¿Estos poemas son tan sólo aparatosos
o estos poemas son una crítica de la aparotisidad?

El cielo deja de pintar y se vuelca a la crítica.
Le envidiamos al cielo sus contradicciones. Le envidiamos al cielo
sus retazos expuestos de lienzo sin imprimar
y su crítica tácita a la terminación pictoricista.

Llueve para dar énfasis. O llueven énfasis
sobre un público aún no preparado para los logros del cubismo.
Lo que queda, tal vez, de innovación
sea un conservadurismo en paz con la contradicción,

mientras el cielo transgrede su marco
pero obedece al museo.



Tomado de: Elegías doppler
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg

miércoles, 7 de diciembre de 2016

En familia con...



La analogía es burda. Pienso en la poesía como pienso en una familia. Me explico. Se acerca navidad y con ella algunas experiencias familiares que quisiéramos saltar pero que en ocasiones resultan imposibles de evadir. Ahí está el abuelo, arrellanado en el sillón, un poco ebrio, contando su experiencia, hablando de la tradición que conoce y quisiera perpetuar hasta su muerte. Su vida, las calles, tres o cuatro nombres importantes, el llanto, los comunistas, el sistema. En el sillón frente a él la abuela, sus cavilaciones sobre el cuerpo, su conocimiento pleno y su lenguaje mítico. El padre desde la mesa que quisiera contradecirlos pero no sabe cómo y termina diciendo lo primero que se le viene a la cabeza, lo que sea pero en su contra. La madre que quisiera contradecirlos pero no sabe cómo y termina diciendo que el año viene mal para los hombres, que los tiempos, qué bueno, han cambiado; que los hijos son ingratos pero ella se sabe también ingrata y desconocida. El tío que estuvo en prisión y lo dice sin miedo, con orgullo, transgrediendo las formas que considera implantadas pero imponiendo otra forma que considera inequívoca, otro laberinto. La tía que vivió libremente en los setenta, que abraza con cariño a los más pequeños porque sabe que la vida es inútil, que somos inútiles, y disfruta de la vida por ese conocimiento. La otra tía que habla y habla y habla como si del lenguaje lo único que le importara fuera, qué maravilla, su sonido. Los primos resguardados en sus celulares, escribiendo en el idioma del que nace como un nativo digital y del que se espera, saludablemente, un distanciamiento crítico de su propia familia. Y nunca falta el sujeto que nadie sabe qué hace ahí, quién lo invitó, de dónde viene, y pasados los tragos resulta un amigo más, un confidente del que sólo salen algunas palabras, algunas promesas, y que nunca vuelves a ver en tu existencia, ente abstracto y necesario en tremenda fiesta. Yo trato de mirar todo esto desde fuera pero es imposible. De esta familia vengo y todavía no sé qué postura, qué palabras tomaré como propias antes de escribir las mías, pero los escucho, en ocasiones renegando y en ocasiones siendo un simple espectador de la maravilla multitudinaria. Balanza de recursos. Esta es mi familia. Ojalá me libre, inútilmente, de juzgarlos.